I
El colectivo iba rápido, casi como obligado a llegar a algún lado, como deseando que yo bajara…
La noche había empezado bien. Por la tarde Dolores llamo, diciéndome que dejara los libros un rato, que me vendría bien una salida con ella, ver una película, comer algo tal vez, pero fue tajante y desesperanzadora cuando dijo… “dale amiguito…” Avisando con esa frase como iba a terminar la noche: ella volviéndose a su casa y yo extrañándola, apabullado por todas las cosas que pienso y que nunca digo. Dude en aceptar su invitación, pero -sospecho que ella sabe que nunca puedo decirle que no- finalmente sucumbí a su ruego. “A que hora me pasas a buscar” preguntó. A las 21.30 debía estar en su casa.
El reloj marcaba 17:03 Faltaban 4 horas y media…
Dejaba las angustias facultativas de lado y entraba a su mundo, un lugar no menos plagado de angustias pero un poco más rico debido a sus sonrisas, a sus ojos y a sus caricias, que siempre, lamentablemente, eran poco ambiguas: lo malo de Dolores es que con ella todo tiene un lugar fijo, preestablecido, como una monarquía absoluta: los amigos por un lado y los amores por otro. Y ese orden no se puede quebrar o al menos a mi me fallan las fuerzas revolucionarias… o tal vez yo era un burgués de su amistad, no me revelaba ante el reparto de sus planes: en la geografía de su alma ella me había ubicado en la “zona amigos”…Mejor dicho: me había comprado un balcón en esa zona, para que fuera espectador de sus desencuentros, pero clausuro las escaleras para que jamás me entrometiera en el drama que es su amor…
Y mi drama, ese que ella nunca veía, siempre era la misma escena: yo deseando que por una vez, las cosas cambien de lugar, que la vida sea algo mas que eso, deseando que el espejo alguna vez me mintiera, y que ella alguna vez se equivocara, y casi sin querer se le perdiera un beso… Miles de veces soñé en plantearle las cosas, en darle la espalda cuando ella me dijera que no me quiere, cuando me dijera la verdad…Pero frente a ella, cara a cara, las dudas se desvanecían, me entregaba al juego que proponía su compañía. Me sentía como un adicto que se entrega a su vicio, sabiendo que al otro día, cuando la euforia de su presencia fuera un recuerdo, las dudas aparecerían nuevamente, como fantasmas agazapados esperando para atacarme en mis momentos de debilidad, en las horas de mis mayores soledades y con un campo minado por las incertidumbres de un juego peligroso. Y yo avanzaba así, casi al borde del abismo y haciendo equilibrio en una delgada línea, sintiendo que cualquier brisa me haría caer y que, a esa altura, levantarse costaría el doble. Por eso, con resignación y con dolor, había aceptado el papel secundario que interpretaba en su vida, un actor secundario que rara vez ganaría un premio, que rara vez seria reconocido por su performance, y sin embargo, lo mas triste, es que no estaba tan descontento con mi rol: después de todo, no podía culparla por no quererme, por tener buen gusto o por lo que sea.
No se cuanto me ella me podía querer, si es que existen medidas para los sentimientos. Muchas veces me engañe diciéndome que le importaba algo mas que un poco, pero otras veces sentí que soy su ultimo recurso, un nombre en su agenda al cual solo recurría cuando las personas que realmente le importaban ya le habían fallado. ¿Acaso no me había llamado a las 17 hs de un viernes? Tal vez aquella tarde fatigó su agenda, buscó en todos los rincones posibles compañeros de salida y nadie pudo o nadie quiso serlo… Y vio mi nombre, habitante recurrente de sus olvidos y para ella, quizás, la soledad, sea peor compañera que yo. En su desesperación, mi imagen, se acrecentó.
Todo esto lo pensaba en el camino a su casa.
Esas sensaciones me abrumaban como veranos, con esa sensación de pesadez, de picazón que nos dan las cosas que nos incomodan, que las tenemos guardadas en algún lugar y en el momento menos oportuno aparecen, evidencia del desastre de nuestras vidas o dolorosa prueba de las cosas que duermen en un velo de apariencia…
Y aun así, a pesar de esos sentimientos, de las dudas, de todo, lo único que importaba es que ya faltaba poco para volver a verla…
Toque el timbre de su casa. Su madre, adorable y chismosa, abrió la puerta y me recibió con una sonrisa, síntoma del cariño que me tenia. Ese cariño, tal vez, era el símbolo, la bandera del rechazo que Dolores sentía hacia mí: la madre me quería porque sabía que su hija nunca cometería el error de quedarse conmigo.
Como dije la noche había empezado bien. En el camino al cine Dolores se despacho con un monologo sobre sus problemas, sus peleas con la vida y la incomprensión del mundo que la rodea. Al menos, pienso ahora, no me humillo hablándome de otro tipo.
En la fila para entrar al cine ella me tomo del brazo como si fuéramos novios en un altar imaginario. Los dos reímos, yo de incomodidad, ella de ingenua. Pero cuando avanzamos un metro en la cola, casi sin darme cuenta, sucedió la revelación: dos puestos delante de donde estábamos con Dolores, lo vi: un tipo…una pareja y un tipo: él era el tercero, el tipo solo al que las parejas invitan al cine de lastima, por pura piedad, acto barato para ganarse una parcela de cielo. La chica de la pareja, lo tomaba del brazo también a él, pero los besos eran para el otro. Ella estaba en el medio: la foto era perfecta: el novio de un lado, su amigo del otro. Tal vez el tipo amaba a la chica, tal vez la chica alguna vez lo quiso. Tal vez el tipo era un cobarde. Tal vez odiaba al novio de la chica en secreto.
La imagen del tercero, del tipo solo, se tatuó en mis miedos. Vi mi futuro: me vi solo, me vi odiando al futuro marido de Dolores., me vi atado a ella de por vida, esperando la oportunidad de que ella me quiera. Esa imagen me dio repulsión: había entendido lo patético de mis sentimientos.
Creo haberme quedado quieto y sin palabras, como quien ve un espectro: o mejor dicho: como quien entiende que es un espectro y puede verse en un espejo. En ese instante entendí que no había peor vida que vivir añorando…Que una vida con ella cerca, pero en otros brazos es una NO vida, un suicidio diario y silencioso, un suicidio de alcohólico.
La película me paso de largo: aturdido por mis pensamientos, la soledad del futuro me cerraba los ojos al presente, como si yo ya hubiera perdido la guerra contra todas las tardes de domingos hundidas en el vacio de un mate frio, una radio a.m que se escucha a lo lejos y la penumbra de un sol que se apaga, viejo y herido, frente a la indiferencia del mundo. Y Dolores que reía, ignorando el porvenir que me esperaba a uno de sus lados: el lado del amigo.
Cuando volvíamos, en el colectivo ella volvió a tomarme del brazo, apoyando su cara sobre mi hombro derecho. Recuerdo que la besé en la frente, como si fuera una forma cariñosa de traicionar su confianza. Pensé que, como la iba a decepcionar, ese beso era mi propio beso de judas. El nudo que sentí en la garganta me advirtió que era el momento de hablar, pero antes imagine todas las situaciones posibles y en casi todas yo salía perdedor…Pero ¿y si ella me quería? Y lo peor ¿si estaba en lo cierto? O sea si realmente no me quería, que tenía yo para perder. Mi conciencia me soplo la respuesta: “dignidad” me dijo y se río. En mi dialogo interno pregunte - como si tuviera otra conciencia y ambas discutieran- ¿cual dignidad? ¿Que es lo que le espera a una persona que calla, que no dice lo que ama y lo que odia? Como si fuese sobornado por la timidez para guardar silencio.
Comprendí que tenia que decir mi verdad que, encontraría el momento esa misma noche para decirle a Dolores lo que sentía…ese colectivo, con asientos marrones que deprimían mas de lo que confortaban, seria testigo de mi confesión…
Le diría que la primera vez que la mire a los ojos ya estaba perdido y que ella me había ganado la segunda vez que me hablo, aunque para ella eso tuviera poco sabor a triunfo…