Necesitaba ver a S una vez más. Necesitaba verla. Era lo único que sabia aquel día en que me decidí a llamarla. Que era tarde y que ya no había lugar para nosotros en un destino que nos había marginado en su andar, también lo sabia, pero eso ahora no me importaba: necesitaba verla con un candor que me aceleraba las pulsaciones, con ese ardor que gobiernan las grandes estupideces que cometemos en la vida. Y ahí estaba yo: teléfono en mano, transpirando como alguien que recién descubre que las oportunidades no son infinitas, tratando de marcar de memoria un número que nunca había sentido la necesidad de anotarlo en alguna agenda. Intente tranquilizarme, que S me escuchara nervioso y palpitante no era lo mejor. El teléfono empezó a llamar. Me pregunté si ella reconocería mi voz, si convenía saludarla con un “hola” convencional o si lo mejor era romper el hielo con un chiste tonto. Pero ella no contestaba.
Lo primero que pensé fue que tenía uno de esos detectores de llamadas y no me quería atender. Me sentí un acosador, estuve a punto de colgar cuando un pensamiento me tomo de sorpresa: Yo, que en mañanas remotas y frías la había sabido consolar a fuerza de chistes tontos, y que en otros tiempos menos lejanos le había birlado una lágrima con mi ausencia, ahora era menos que una foto olvidada entre libros que ya nadie lee. S tenia cosas mas importantes de las que preocuparse. Pero igual, cuando colgué no supe si volver a llamar. Tal vez era una señal, tal vez la vida me estaba preservando de algún papelón o de otro dolor mayor. Deje caer el tubo sobre la mesa, pero una idea me animó: Si la vida me hubiera querido advertir, me hubiera evitado el dolor mayor de haberla cruzado en mi camino, me dije, gesticulando como un italiano enfurecido a un enemigo invisible. Presumiblemente la vida sea ese enemigo. Es curioso como uno piensa que el universo esta pendiente de uno, enviando señales en cuenta gotas, como guardando un secreto que por crueldad no nos quiere revelar. Creer en las señales implica eso: un ego gigantesco y una autoestima propia de un titán, cualidades a las que no suscribe el cretino que escribe esta porquería. Además… ¿desde cuando la vida es un semáforo que da advertencias? A mí siempre el impacto me llego sin luz amarilla previa. Entonces, una vez desechada la posibilidad de que el cosmos se haya acordado de mí para salvarme, volví a marcar.
El teléfono sonó 3 veces y alguien hablo del otro lado. Un tipo. Un sentimiento frio me atravesó el cuerpo, como si un fantasma me hubiera soplado el alma. Hace algún tiempo alguien me había confiado que
S se había ido a vivir con un pibe y que parecía que esta vez iba en serio. Recuerdo haber reído, recuerdo una falsa alegría que se tradujo en un que “bueno che…” no había dudas: el tipo que atendió era el pibe en cuestión. Y no es que yo no hubiera tenido en cuenta la existencia de este chico en mis planes, porque no existía tal plan: Yo estaba improvisando.
Me quede en silencio, pensé en cortar, pero… ¿Si realmente tenían detector de llamadas? Hubiera sido un papelón.
S lo comentaría con sus amigas y todas reirían y dirían “que tarado”, en un coro de voces finas y socarronas. Y el tipo que atendió el teléfono agregaría un nuevo dato falso cada vez que
S refiriera la historia y yo terminaría con el titulo de psicópata gemidor silencioso. Y las risas se incrementarían con cada nuevo dato falso, y pronto, en las reuniones, todos pedirían a
S, si por favor puede contar la anécdota y reirían y comerían torta. No se porque, pero siempre asocio la felicidad con comer torta. Y si creen que exagero y que soy paranoico, si lo soy, pero soy un mal paranoico, uno defectuoso: por definición el paranoico se cree el centro de la escena, del mundo, del universo. Mi baja autoestima es suficiente evidencia como para no imputarme esas creencias. Recordar que yo confiaba en que
S ni recordaría mi voz. Soy un paranoico contradictorio supongo. Sin embargo, no podía evitar pensar en las futuras risas.
Como decía, un tipo atendió el teléfono: respire hondo y hable. Con paciencia, pedí si acaso
S se encontraba. El tipo pregunto de parte de quien. No quería que él se sintiera amenazado, pero yo tampoco estaba seguro sobre quien había sido en su vida. Sabía que nos habíamos querido, y que alguna que otra noche, ella, presa de una soledad soberana, posó sus muslos desnudos sobre mi cama. Que histeriqueamos por unos meses y que yo la quise más a ella que ella a mí también me constaba, pero a decir verdad, me sobraba, me quedaba grande el titulo de “ex”. Pero tampoco podía decirle “nadie”, ya que realmente nadie se presenta así. “Un amigo” conteste. Se que el tipo sospechó, se que hubiera preferido algo mas concreto. La verdad es que me importo un carajo. Ya te paso dijo y apretó el botón de “mute”. Pasaron 3 minutos y yo seguía solo y en silencio. En ese tiempo volví a pensar en que decirle, en como presentarme, en si, ahora yo reconocería su voz, y en si era conveniente hacer un chiste sobre su novio y la incomodidad de nuestra charla. También me pregunte sobre la extraña necesidad que tenemos los feos de parecer graciosos todo el tiempo…
Un minuto y 23 segundos mas tarde el mismo tipo descolgó el teléfono y me dijo que
S no podía atenderme en ese momento, que no me preocupara que me llamaría mas tarde y que no era necesario que le deje mi numero ya que había quedado registrado en el identificador de llamadas. “Suerte” dijo antes de cortar, sin esperar nada de mi. Ni siquiera me había preguntado mi nombre.
Me sentí un imbécil:
S ya no llamaría. Ahora ella y el tipo que atendió el teléfono comentarían sobre mí y se reirían. Y harían el amor, y ella me olvidaría, presa del egoísmo que domina el alma de los enamorados: el mundo ya no importaba para ella y muchos menos yo.
Pensé en hacerme cosas feas, en hacer cualquier cosa estúpida que figure en el manual de los amantes no correspondidos. Un par de canciones tristes y un sentimiento miserable rompieron mi corazón. Me sente en la punta de la cama y mire mis zapatos. Nada tenia mucho sentido. Deje caer todo el peso de mi tristeza sobre la almohada. Antes de cerrar los ojos pensé en Alta Fidelidad y su frase inicial:
“Did I listen to pop music because I was miserable? Or was I miserable because I listened to pop music?”Aquella noche la soñé. Caminábamos por la vereda de lo que podría ser un parque, el tiempo era un collage de soles y lunas, alternándose como estados de ánimos: ella me invitaba a una feria de Palermo y entonces se hacia de noche. Yo le decía que no y el sol ardía. Ella proponía una amistad que yo aceptaba y la noche se hacia mas profunda. Ella que me miraba con sus ojos tristes y yo que sentía la condena de cargar con ese recuerdo por el resto de mis días. Y sin mas, con la coherencia propia de un sueño, me decia
adiós y entonces una especie de neblina empezaba a borrar su imagen y ella que se desvanecía, como palabras escritas en la arena. Y yo que no gritaba, que no le pedia que se quedara, ni tampoco hacia esfuerzos por evitar que se fuera. La miraba desaparecer, pero sin impotencia. Y de repente una fuerte opresión me hundía el pecho, con una fuerza que impedía distinguir el sueño de la realidad: Sentí estar acostado sobre el piso, y a la tierra como una gran esponja que me jalaba hacia el centro del universo. En la boca, un puño de barro, consecuencia de la combinación del polvo y de las lágrimas, ahora me impedía gritar. Intente escalar, saltar, pero la fuerza que me empujaba hacia abajo era infinitamente superior. Sumergido en mi delirio creí arder de fiebre, y sentir mi piel erizarse, brotándose como a punto de estallar y la transpiración, fría y dolorosa, me recorría como un ejército de ciempiés dejando surcos en ella, como si en vez de patas, me estuviera pasando un rastrillo por todo el cuerpo. La carne empezaba a desgarrarse, como si la crueldad de la vida se durmiera en el núcleo de mi espíritu para decirme una verdad: S ya tenia una vida que contarle a sus nietos y en ella yo no figuraba.
El teléfono empezó a sonar, a despertarme: esa llamada era una especie de salvavidas que alguien ignorado, me había arrojado desde lo alto de una colina. Emergí de mi inconsciencia con la fuerza de un volcán: tenia que agradecer a quien me había despertado de tan horrible sueño.Antes de levantar el tubo aclare mi voz.No queria sonar dormido.No era conveniente que S me escuchara asi,pensé.
Atendí el teléfono.
Telecom le informa que su cuenta posee un saldo impago…