viernes, 19 de marzo de 2010

Vera

Vera se moja los labios. Se mira: ella es la del espejo, pero también es otra, como si aquel, al igual que un rayo, partiera su vida en dos: ella es esa que se refleja-los labios rojos, los ojos perdidos detrás del rímel, los senos libres detrás de la blusa- pero también es otra, o mejor dicho, es infinitamente otras: una que sueña, ama, odia, olvida y recuerda. Mil tristezas y alegrías en una sola alma, que duerme en un cuerpo frágil, pero vigoroso y erótico, como una diosa.
Decía que Vera se mira en el espejo, alargando ese momento no por pura vanidad-que sin dudas, como todos, la tiene- sino como una forma de refugiarse, de tratar de encontrarse en ese instante en el que sabe que esta a punto de dejar de ser alguna de las otras, para ser Vera, la morocha que se sienta entre las dos rubias que se mueren de risa por cualquier cosa.

Es linda Vera. Realmente linda. Y ella lo sabe.
Vera es hermosa de una manera extraña, que exige pensarla antes de entenderla. Tiene la boca un poco grande y tal vez, unas pecas demasiado imperceptibles, pero cuando sonríe, o cuando abre sus redondos ojos verdes, pareciera que la belleza ha sido descubierta, como si la palabra belleza estuviera envuelta en un velo, al cual, dichos actos hacen caer inmediatamente. Entonces, en ese momento, ella es el mundo, un universo de colores, de formas, de fragancias, que estalla una y mil veces, para darle lugar a algo nuevo, algo perfecto y silencioso, que se regenera y vuelve a ser.

Vera deja su trago en la mesa, la impaciencia se adivina en sus muecas.
Uno de los 3 tipos que están con ellas se le acerca y le dice algo al oído. Se ríen. Y el se levanta, se acomoda la camisa y antes de irse amaga con masajearle el cuello. Sus gestos prometen volver.
Y Vera se queda mirando sin mirar. Que se entienda: con los ojos abiertos, pero vacios y temerosos, como si estuvieran mirando hacia adentro, como quien mira desde las escaleras al sótano, con temor y con rechazo, una sombra que imagina un ser monstruoso durmiendo profundamente, pero que lleva siglos en el mismo sueño y que pronto, pronto ha de despertar. Y eso la asusta, porque no sabe que es, no sabe porque esa sensación se manifiesta en ese momento, una sensación tan fuera de lugar, que siente que la noche se sale del tiempo y del contexto que es su vida.
Y él vuelve. Y ella quiere pero no quiere. O no sabe que quiere. Hablan, ríen otra vez. Él se levanta y ella lo sigue. Los pasos lentos, las palabras susurradas en el oído, el olor a sexo que se cuela en la oscuridad de sus cuerpos, y ella que si, que no, que otro día.
Salen. Él va a buscar su auto. Ella lo espera en la puerta.
Llega, le abre la puerta. Ella, antes de subirse se mira en el reflejo que le devuelven los vidrios del auto. Se ríe, y piensa que otra vez se abandona y deja de ser Vera, para empezar a ser otra.

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